Historia

Hasta mediados del siglo XX, los habitantes de Jacona, antiguo pueblo de indios tarascos situado en la cuenca del río Lerma, tuvieron una estrecha y productiva relación con las corrientes de agua superficial que han cruzado por su territorio: los ríos Duero y Celio. Por 400 años aproximadamente, el agua de estos ríos fue un elemento clave para el desarrollo de las actividades económicas de los habitantes de Jacona.

 Por ejemplo, la producción agrícola en el valle de aluvión ha encontrado en el Duero y el Celio una fuente permanente de abastecimiento de agua aun en épocas de estiaje. La práctica de la horticultura en las huertas urbanas de Jacona fue posible gracias a la derivación de las aguas del río Celio a través de diversos canales de riego que atravesaron la mancha urbana permitiendo el riego de las huertas.

A pesar de su corta longitud, aproximadamente 10 kilómetros desde su nacimiento en los manantiales que llevan su nombre hasta su desembocadura en el río Duero, la pendiente de su cauce permitió la instalación temprana y creciente de molinos de trigo. Estas mismas condiciones del Celio facilitaron a fines del siglo XIX el funcionamiento de hidroeléctricas. Finalmente, el abastecimiento de agua potable y de servicios de aseo tuvo en las derivaciones del Celio su fuente principal por más de cuatro siglos.

Hoy en día el panorama es totalmente distinto. Las corrientes superficiales han perdido la preeminencia que tuvieron hasta mediados del siglo XX en la economía y la cultura de los jaconenses. Por ejemplo, si bien es cierto que ambas corrientes participan como las principales fuentes de abastecimiento de agua para las actividades agrícolas, el resto de sus usos ha desaparecido. En otras palabras, en el último medio siglo las huertas urbanas se han ido esfumando y con ellas los canales que se derivaban del río Celio. Tampoco las aguas de este río producen energía eléctrica pues el proceso de monopolización de la industria, su nacionalización y la creación del sistema nacional integrado se lo impiden. Por otro parte, si bien la importancia de la industria molinera se conserva, ésta ha dejado de utilizar al río como fuerza motriz además de que se ha reducido el número de unidades productivas. Finalmente, los servicios urbanos se satisfacen principalmente de un manantial distinto al que da origen al río pero, sobre todo, de la extracción de agua subterránea. En pocas palabras, los jaconenses han ido perdiendo los vínculos con los ríos y su destino les es cada vez más ajeno.

Es una escena tomada en la misma calzada que nos revela un nivel de agua mucho mayor pues, a diferencia de la anterior, la vía férrea desaparece por completo debido a la inundación del terreno.

(Sánchez Rodríguez, 2007)

La agricultura prehispánica

En términos socioculturales, el espacio que ocupa Jacona ha sido habitado por grupos sedentarios por lo menos desde hace casi 3500 años pues así lo sugiere la presencia de tumbas de tiro localizadas en el sitito arqueológico de El Opeño (Oliveros, 2004:23). Esta ocupación coincide con el proceso de sedentarización ocurrido a lo largo y ancho de Mesoamérica. En otras palabras, la aparición de aldeas permanentes, una de las cuales nos legó las tumbas de tiro en El Opeño, tuvo lugar simultáneamente a la práctica de la agricultura permanente. En conceptos de Teresa Rojas: “Durante este periodo Formativo o de agricultores aldeanos, se gestaron y ensayaron los principales patrones básicos de la civilización mesoamericana: la tecnología, la arquitectura, la especialización artesanal, la diferenciación social, la escritura jeroglífica y el calendario, el comercio y los rituales religiosos, entre los principales” (Rojas, 1991: 37)

Debido a su ubicación geográfica el aprovechamiento de las ciénega para las actividades de caza y recolección debieron ser importantes por la cantidad de fauna y flora. Pero esta misma ubicación posibilitó que los sistemas agrícolas intensivos de riego tuvieran en Jacona un asiento importante.

Un tercer sistema agrícola practicado por los antiguos habitantes de Jacona fue, sin temor a equivocarnos, el de las chinampas, o “parcelas rectangulares a manera de islotes largos y angostos, cuyas proporciones están diseñadas para captar la humedad. Estos islotes fueron hechos “a mano”, es decir, artificialmente, en áreas pantanosas y lacustres de poca profundidad y agua dulce (Rojas, 1991:91). Su existencia en Jacona no está comprobada por evidencia arqueológica pero suponemos su presencia a partir de la toponimia del lugar, de las condiciones físicas del terreno y de los testimonios orales.